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liliana miranda molina
La antropología de la educación es un campo de estudio reciente en nuestro
país. Esta disciplina abre un espacio amplio para la reexión en el que cultura
y educación se conectan, se condicionan y se recrean constantemente. En este
ámbito, el libro La diversidad en la escuela constituye un aporte signicativo.
La publicación está compuesta por nueve investigaciones que se basan en tesis
de licenciatura de Antropología, lo cual, además, signica un esfuerzo valioso
para promover nuevos investigadores e investigadoras.
El libro tiene la virtud de reunir distintas miradas sobre el acto cotidiano de
asistir a la escuela en la Amazonía, en las zonas andinas, así como en la ciudad
de Lima. Los trabajos compilados muestran cómo las categorías de edad, géne-
ro, juventud, entre otras, adquieren distintos sentidos dependiendo del contexto
donde nos situemos y cómo, al mismo tiempo, se entrelazan. De esta manera,
la antropología educativa permite analizar la educación como un entramado de
signicados sorteando la tentación de caer en los esencialismos a los que estamos
acostumbrados y de los que, en varias ocasiones, no es fácil escapar.
Queremos destacar algunos temas transversales a los distintos estudios, aun
cuando no es posible dar cuenta de cada uno de ellos. Un primer tema se relacio-
na con la agencia de niños, niñas y jóvenes. Al respecto, la capacidad que tienen
los estudiantes para construir prácticas propias y tomar decisiones es claramente
mostrada. Evidentemente, esta agencia es ejercida en el marco de las restriccio-
nes que les imponen no solo sus condiciones de vida y demás constreñimientos
sociales, sino también las que impone la propia lógica escolar.
Resulta interesante observar cómo las clásicas categorías de las Ciencias
Sociales de acción social y estructura se conjugan y toman cuerpo en cada uno
de los estudios. Esta agencia cuestiona la imagen tradicional de las escuelas
como simples espacios de reproducción de prácticas centrales y hegemóni-
cas. Dicho cuestionamiento no solo se observa en el caso de los estudiantes
que cursan o han concluido la secundaria, sino también en los más pequeños.
Así, en el estudio de Antonia Zegarra, desarrollado en una escuela primaria
de educación intercultural bilingüe en una comunidad shipibo, niñas y niños
proponen una nueva forma de usar el mobiliario escolar, y de cómo desarrollar
sus tareas y actividades. Como plantea la autora, esta manera de recrear el es-
pacio y su comportamiento no sería posible si los niños no hubieran asumido
un rol activo en su proceso de aprendizaje y si los docentes no hubieran sido
permeables a ello luego de un proceso de negociación.
Quizá, cuando armamos de manera pesimista que cualquier cambio que
se quiere realizar en la escuela es “colonizado” por la lógica y cultura escolar,
no logramos reconocer las prácticas espontáneas e informales en las que niños
y profesores negocian y dan lugar a nuevas prácticas. Esta capacidad de agen-
cia también aparece en el estudio de Roxana Gastelú sobre las experiencias
de jóvenes asháninkas. Esta investigación muestra cómo la presencia de la se-
cundaria en su formato homogéneo en la comunidad suscita la experiencia de
juventud, y así, la condición social del “joven indígena”. Sin embargo, esta ten-
sión entre escolaridad y las formas en que los jóvenes indígenas experimentan