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vásquez, frisancho y la rosa
estas inuyen en sus prácticas educativas, de modo que se pueda favorecer
y potenciar su autonomía profesional en los procesos de cambio y mejora
(Badia, 2012; Carretero y Pérez, 2001; Imbernon, 2007; Monereo y Badia, 2012;
Monereo y Solé, 1999; Segovia, 2005; Solé, 1998). Por otro lado, el asesoramiento
psicopedagógico, desde el modelo educacional constructivo, plantea que es
fundamental considerar cada uno de los tres niveles de intervención. El primer
nivel se relaciona con el proyecto educativo y el proyecto curricular (que exige
el análisis de las concepciones docentes sobre, por ejemplo, la enseñanza y el
aprendizaje); el segundo nivel reere a la programación de las áreas curriculares;
y el tercer nivel corresponde a la interacción educativa en el aula (actividades
de enseñanza y aprendizaje) (Badia, 2012; Monereo, 1999). De esta manera,
el asesoramiento psicopedagógico, además de considerar el quehacer docente
dentro del aula, como lo hace el acompañamiento pedagógico, contempla
la incidencia efectiva y articulada dentro de la institución educativa en su
conjunto (Monereo y Solé, 1999; Solé, 1998).
En cualquier intervención pedagógica, se despliegan diversos procesos
psicológicos vinculados a la práctica docente y al aprendizaje de los estudian-
tes. Por ejemplo, si el docente mantiene una percepción de inefectividad so-
bre su propia práctica, deja de considerarse agente de cambio y disminuye su
interés, esfuerzo y compromiso con sus funciones y con la escuela (Goulart y
Novaes, 2008). Asimismo, si el docente no está motivado para ejercer su rol,
puede presentar un alto nivel de insatisfacción y estrés (Buzzetti, 2005; Goulart
y Novaes, 2008; Halsey, 2005; Munsch y Boylan, 2008; Sharplin, 2002; Silva,
Quintana, Jiménez y Rivera, 2005). En este tipo de situaciones, los docentes
suelen mostrar prácticas pedagógicas rígidas, poca empatía e insensibilidad
hacia las dicultades de los estudiantes (Cordes y Dougherty, 1993; Ortega y
López, 2004). Los programas de acompañamiento deberían también ayudar al
docente a enfrentar estas problemáticas.
En esta línea, se sabe que los proyectos de innovación y capacitación di-
rigidos a docentes no son exitosos cuando no identican el modelo de ense-
ñanza que maneja el docente (De Vicenzi, 2009; Feixas, 2010; Rodríguez de
Moreno, 2002), para lo cual es necesario abordar sus concepciones. Autores
como ompson (1982) y Ponte (1994) entienden las concepciones como una
estructura general que abarca creencias, signicados, conceptos, proposicio-
nes, reglas, imágenes mentales, preferencias y gustos. Podrían considerarse
“miniteorías” que condicionan la forma de abordar las tareas, y se encuentran
conectadas con las actitudes, las expectativas y la comprensión que cada per-
sona tiene acerca de su rol. Así, tal como plantean Moreno y Azcárate (2003),
“las concepciones son organizadores implícitos de los conceptos, de naturale-
za esencialmente cognitiva, y que incluyen creencias, signicados, conceptos,
proposiciones, reglas, imágenes mentales, preferencias, etc., que inuyen en lo
que se percibe y en los procesos de razonamiento que se realizan” (p. 267). A
diferencia de las creencias, las concepciones son menos subjetivas y suelen re-
ferirse a contenidos que los docentes conocen de manera explícita (Contreras,