R E V I S T A P E R U A N A D E I N V E S T I G A C I Ó N E D U C A T I V A
2 0 1 3 , N o . 4 , p p . 5 1 - 7 2
El Sutep o la revolución
La incursión maoísta en el sindicalismo magisterial
(1964-1972)
Sutep or the revolution
The Maoist incursion in Peruvian teaching unions
(1964-1972)
Julio Vargas
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
frizlang@hotmail.com
Recibido: 1.7.2013
Revisado: 20.8.2013
Aprobado: 28.8.2013
julio vargas
Resumen
Este artículo se plantea como una mirada retrospectiva a las memorias es-
critas del magisterio peruano. El análisis, centrado en el período 1964-1972,
contextualiza el impacto del clasismo en el imaginario y la práctica organizada
del magisterio. Desde la revisión específica de las historiografías gremial par-
tidarias sobre este período y a partir de referencias sobre el accionar colec-
tivo de sus dirigencias sutepistas más representativas, sugiero que el proceso
organizacional abierto con la fundación del Sutep1 en 1972 sentó las bases
para su configuración como burocracia estatal paralela, con trayectorias di-
vergentes (entre la lucha armada y la lucha electoral), fronteras ideológicas
porosas (entre clasismo y nacionalismo) e identidades relativamente fijas
(con el docente como trabajador en la educación y apóstol de la nación). Sos-
tengo en perspectiva que la incursión estratégica del grupo maoísta Bandera
Roja en el proceso de unificación gremial magisterial determinó las trayec-
torias de sus bifurcaciones Patria Roja y Sendero Luminoso, cuyos líderes
definieron desde entonces sus líneas de masas y su relación con el Estado,
con estrategias discursivamente equivalentes para tomar el poder, fundadas
en un horizonte común que mitificó la violencia y un simbolismo populista
radical que glorificó al magisterio.
Palabras clave: Estado y educación, sindicato de profesores, política
educacional, papel del docente, democratización de la educación
Abstract
This article takes a retrospective look at the memories written on Peruvian
teaching trade unions. The analysis, focused on the 1964-1972 period, con-
textualizes the impact of classism on the imaginary and organized teaching
practice. Based on a specific review of trade-party historiographies on this
period, and with references to the collective actions by the most representa-
tive SUTEP leaderships, this article suggests that the organizational process
initiated with the foundation of SUTEP in 1972 laid the ground for its configu-
ration as a parallel state bureaucracy, with divergent trajectories (between
armed struggle and electoral struggle), porous ideological boundaries (be-
tween classism and nationalism) and relatively fixed identities (with teach-
ers as education workers and apostles of the nation). This article claims in
perspective that the strategic incursion of the Maoist group Bandera Roja
1
Sindicato Unitario de Trabajadores en la Educación del Perú - Sutep (Peruvian Education
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I
Workers’ Union)
el sutep o la revolución. la incursión maoísta en el sindicalismo magisterial (1964-1972)
into the process of the teaching trade unification determined the trajectories
of its spin-off groups Patria Roja and Sendero Luminoso, whose leaders from
then on defined its grassroots orientation and its relationship with the State,
with discursively equivalent strategies to take power, based on a common
horizon that mythified violence and a radical populist symbolism that glori-
fied the teaching trade.
Keywords: State and education, teachers union, educational politics,
role of the teacher, democratization of education
Siglas más usadas
APRA: Alianza Popular Revolucionaria Americana / Partido Aprista Peruano.
BR: Bandera Roja / PR: Patria Roja / SL: Sendero Luminoso.
CCP: Confederación Campesina del Perú
Comul: Comité Magisterial de Unificación y Lucha.
Conare: Comité Nacional de Reorientación y Reconstitución del SUTEP.
FCM: Frente Clasista Magisterial.
Fenep: Federación Nacional de Educadores del Perú.
Sutep: Sindicato Único / Unitario de Trabajadores en la Educación del Perú.
I 53
julio vargas
El Sutep o la revolución
La incursión maoísta en el sindicalismo magisterial (1964-1972)2
Las historiografías sutepistas como memorias gremial partidarias
esde 1984, año de su reconocimiento legal, Sutep significa Sindicato
D
Unitario. Sin embargo, desde 1972, año en que los profesores unifi-
caron sus diferentes gremios, las siglas sirven a un sector del magiste-
rio para identificarse como Sindicato Único. Esta diferenciación, que se
expresa también en lemas clasistas -la unidad en oposición a la línea- y
a nivel simbólico, nos invita a acercarnos a las historiografías sutepistas
como fuentes de análisis, en la medida que el radicalismo (poco explo-
rado en los estudios del sector educativo, véase Comisión de la Verdad y
Reconciliación, 2003) es fundamental en la brega de un amplio espectro
partidario por la conducción política (y militar, en SL) de organizaciones
gremial populares como los Sutep.
Los efectos de las disputas partidarias en la acción colectiva de los
docentes, organizados en torno a agendas gremiales, nos llevan a usar el
término «gremial partidario» en nuestro abordaje a las memorias escri-
tas sutepistas. Creemos que el marco temporal clave para entender esta
indiferenciación entre sindicatos y partidos es el ciclo de radicalización
política abierto a mediados de los años sesenta, con la aparición de dos
agrupaciones rivales surgidas del seno de BR: PR y SL3. Estas agrupaciones
mantienen hasta hoy representatividad en el imaginario y en la prácti-
ca gremial de los docentes peruanos. Sin embargo, sus dirigencias, en
contraste con sus memorias escritas (es decir, las narrativas, símbolos y
consignas transmitidas en sus historiografías), reinciden en silenciar, ol-
vidar, justificar o matizar el peso de la tradición clasista en el magisterio.
Ello responde a la estigmatización que conlleva el ser denunciado como
terrorista, a raíz del terrorismo totalitario ejercido por SL desde los años
ochenta, su derrota militar en los años noventa, y sus intentos de retornar
a la política en la última década.
2
Este artículo amplía y profundiza una ponencia presentada al IV Seminário Internacio-
nal da Rede de pesquisadores sobre asociativismo e sindicalismo dos trabalhadores em
educaçao (REDE ASTE 2013).
3
Es común que PR se identifique por las siglas PC del P, y SL por PCP, pero sus denomi-
naciones son idénticas, puesto que ambas organizaciones se autodenominan Partido
Comunista del Perú, en contraposición con el Partido Comunista Peruano pro moscovita,
54
I
más conocido como PCP Unidad.
el sutep o la revolución. la incursión maoísta en el sindicalismo magisterial (1964-1972)
Con miras a brindar una aproximación a los modos en que las memorias
escritas gremial-partidarias registran el radicalismo en el magisterio, este ar-
tículo se plantea como una mirada retrospectiva al proceso de unificación
gremial del sindicato magisterial peruano. Para ello, toma como fuente prin-
cipal de análisis la documentación partidaria de PR, BR y, en menor medida,
SL4. Nuestro análisis se centra en el período ubicado entre 1964 -año del IV
Congreso del Partido Comunista Peruano- y 1972 -año del Congreso de Uni-
ficación del Sutep y de la VII Conferencia Nacional del Partido Comunista del
Perú-. Estos eventos tienen como marco histórico el cisma de 1963 entre los
partidos comunistas soviético y chino, el golpe de Estado del General Velasco
Alvarado en 1968, y la indeterminación de la izquierda peruana en torno a la
toma del poder mediante la vía electoral o la vía armada, vacilación que SL
quebró en 1980.
Con la derrota y repliegue militar de SL, sus organismos generados más
influyentes siguen ubicados en el circuito educativo. No obstante, ello no ne-
cesariamente se debe a la capacidad partidaria u organizativa de esta agru-
pación ni a una recepción favorable al radicalismo, sino por circunstancias
históricas y culturales que, consideramos, tienen su raíz en el período que
queremos analizar. Podemos adelantar que las memorias gremial-partidarias
-que definimos como historiografías en la medida que son escritas a poste-
riori por representantes, voceros o simpatizantes de diferentes tendencias-
coinciden en varios aspectos. En lo que no coinciden, es en el peso que cada
una asigna a su respectiva tendencia a organizar y liderar el proceso de mo-
vilización.
No obstante, creemos que la lectura de estas fuentes como memorias
(en el sentido planteado por Da Silva, 2010) puede permitir entender la in-
cursión maoísta (en el sentido de intervención estratégica) en el sindicato
docente como un proceso determinante para las trayectorias de PR y SL. Ello
es posible tanto por la definición de sus respectivas líneas de masas -que
incluyeron al magisterio y a los sindicatos de maestros en sus estrategias
partidarias-, como por su posicionamiento ante la represión y persecución
estatal, mediante caminos inicialmente idénticos pero luego divergentes. Los
últimos se basaron en un horizonte común de mitificación de la violencia y un
simbolismo populista radical, que contrapuso al Sutep-PR del nacionalismo
4
Cabe destacar que SL no es identificado con este nombre sino hasta los años setenta,
por el lema que tenía en el Frente Estudiantil en que influía en la Universidad San Cristó-
bal de Huamanga. La denominada fracción roja, creada en el año 1963 por Abimael Guz-
mán al interior del Partido Comunista, se integró a BR tras la ruptura chino-soviética de
1964, de la cual se escindió en 1969 para autoconstituirse como él Partido Comunista.
Para ello, empezó a prepararse ideológica y militarmente en 1976 para la tan anunciada
como inimaginada guerra posterior.
I 55
julio vargas
propugnado por el denominado Gobierno Revolucionario de los militares,
pero que en el contexto democrático subsiguiente le permitió configurarse
como una burocracia paralela del Estado5.
El clima político de la época
Como el resto de países latinoamericanos, el Perú asistió desde mediados del
siglo XX a una vorágine de cambios en la esfera de la dominación política. Ello
conllevó a una reestructuración de los grupos de poder y a una reorientación
del papel del Estado en la pacificación del territorio, en un contexto de pos-
guerra mundial y de variadas experiencias de descolonización y liberación na-
cional. Así, junto a una recuperación demográfica sin precedentes, el sistema
educativo empezó a expandirse descontroladamente, conjuntamente con un
incremento de las expectativas en la escolarización6. Universidades, Escuelas
Normales y, lo más significativo, estudiantes de Educación se incrementan en
el país, de manera que se hace decisiva para su formación política la inclusión
curricular del marxismo-leninismo en los centros universitarios (Degregori,
1990a). En medio de este boom educativo, la Universidad de Huamanga -re-
cesada en 1876- reabre y reinicia su funcionamiento en 1959; y, en 1965, la
Escuela de Preceptores es reconocida como Universidad Nacional de Educa-
ción. Estas universidades (Huamanga y La Cantuta) reclutaron a una juventud
popular que encontró en la docencia una oportunidad para mejorar su esta-
tus social. Pronto, estudiantes y docentes de Ayacucho y Lima establecerían
comunicación constante.
5
Aplicamos en parte -enfatizando el aspecto partidario e híbrido de las configuracio-
nes burocráticas clasistas- la caracterización de Zuvanic e Iacovello (2010), que define
como burocracias paralelas a los equipos o proyectos con contratos flexibles, salarios
elevados, baja autonomía y alta capacidad técnica, que «no responden necesariamente
a un partido político, si bien su entrada es mediante estos mecanismos»(Zuvanic e Iaco-
vello, 2010, p. 32). En el caso del Sutep, organismos administrativos (como la Derrama
Magisterial) serían una forma híbrida de burocracia paralela y meritocrática, en tanto
que organismos políticos en las que participan los Sutep (como los Frentes de Defensa
y, en el caso de SL, los organismos generados) serían híbridos de burocracia paralela y
clientelar.
6
«A partir de finales de la década de 1950 el sistema educativo tuvo una expansión ver-
tiginosa: entre 1958 y 1968 la población escolar matriculada aumentó en casi 100%
(78,12% en primaria, 165,8% en secundaria y 280,9 la universitaria). Sin embargo, las
cifras absolutas revelaban serias carencias: de 400 845 alumnos matriculados en transi-
ción, apenas 43 226 concluyeron la secundaria; 366 619 niños y jóvenes desertaron en
diversas etapas de su escolaridad. Estas cifras dieron sustento a la reforma educativa del
56
I
decenio de 1970» (Rivero, 2007, p. 403).
el sutep o la revolución. la incursión maoísta en el sindicalismo magisterial (1964-1972)
De esta manera, la década de 1960 presenció la entrada en la escena po-
lítica de una nueva generación de maestros provincianos, como una minoría
radicalizada en el marxismo-leninismo y con un horizonte de futuro que de-
mandaba un cambio estructural violento. Es esta generación la que empieza
a disputar y ganar al APRA (que desarrollaba una estrategia de sindicalismo
libre y conciliador) la conducción del movimiento universitario primero, y la
representación de los sectores populares organizados después. Esta reacti-
vación del comunismo peruano, aletargado por décadas, fue sacudida inter-
namente por las movilizaciones campesinas por la tierra. Externamente, se
vio afectada por el cisma sino-soviético de 1963 y por la revolución cubana,
emulada en 1965 en la fallida experiencia guerrillera del Movimiento de Iz-
quierda Revolucionaria y del Ejército de Liberación Nacional.
Esta oleada de cambios, a los que se sumó la Revolución Cultural china
(1966-1969) y el Gobierno del General Velasco (1968-1975), exacerbaron y
agudizaron las divisiones partidarias y las luchas caudillistas al interior de la
izquierda peruana, lo cual conminó a los comunistas peruanos a reinventar su
lenguaje político, a través de un pensamiento o «línea política correcta», que
definiera la naturaleza del país que había que liberar mediante la violencia re-
volucionaria. Caracterizar la estructura de dominación del país permitiría defi-
nir la estrategia adecuada para la captura del poder estatal. Esta caracterización
implicaba «deslindar posiciones» en función de los cambios que se operaban
en la política nacional y mundial, e identificar y depurar a los enemigos de cla-
se, siendo sospechosos de traición quienes discrepasen con la línea partidaria.
La depuración fue así el objetivo manifiesto de las luchas internas.
Las depuraciones de los grupos maoístas peruanos
Si bien las depuraciones al interior del comunismo peruano no eran novedad,
adquirieron nuevos bríos con el cisma que dividió el comunismo peruano en
una tendencia pro-soviética. Esta última estuvo compuesta por la dirigencia y
cuadros sindicales liderados por Jorge del Prado, reconocidos por el nombre
de su órgano de prensa Unidad; y una tendencia pro-china, compuesta por
militantes jóvenes y el Frente Campesino, encabezada por los abogados Sa-
turnino Paredes y José Sotomayor, identificados por el nombre de su órgano
de prensa Bandera Roja.
Para BR, campesinos, proletariado y vanguardia partidaria eran la fuerza
motriz para derrocar al régimen democrático de Fernando Belaúnde (1963-
1968) e instaurar el comunismo. Esta era la posición de Saturnino Paredes,
entonces Secretario General del Partido Comunista Peruano, quien a partir
I 57
de la caracterización de la sociedad peruana como semifeudal y semicolonial
julio vargas
ratificó la línea política partidaria en la V Conferencia Nacional del Partido
Comunista en términos de una guerra campesina de liberación nacional: «La
guerra popular en el Perú ha de tomar la forma de guerra campesina, por
constituir el campesinado la fuerza principal, dirigida por la clase obrera y el
Partido» (PCP, 1965, p. 45).
Las tomas de tierras incrementaron la polémica entre los grupos maoís-
tas sobre el papel del partido y de las clases en la revolución. La posición
de Saturnino Paredes no admitía otra vía que preparar al partido para la
guerra, impulsando como tareas «recuperar el legado de Mariátegui» y «re-
constituir el partido» en términos organizativos y programáticos7. La lucha
interna por el control absoluto de la organización partidaria se decidió en-
tre la VI y la VII Conferencias Nacionales a favor de sus rivales, los jóvenes
comunistas que conformaban el Comité Regional Político Militar PR. Los
últimos, a través de una Comisión Nacional Reorganizadora, expresaron su
abierto rechazo al liderazgo de Paredes, pero no a la línea partidaria defini-
da en la V Conferencia.
Esta ruptura fue precedida por la depuración de José Sotomayor, enton-
ces responsable de Prensa y Propaganda, quien conformó con sus bases ju-
veniles de Lima y Cuzco un PCP Marxista-Leninista. Fue entonces cuando el
Comité Regional Político Militar PR y dirigentes de la Juventud Comunista
demandaron a Paredes la pronta organización de la VI Conferencia Nacional
(Sinamos 1975). La alianza entre Saturnino Paredes (que controlaba la CCP) y
Abimael Guzmán (líder del Comité Regional de BR en Ayacucho e influyente
en la Comisión de Agitación y Propaganda que reemplazó a la de Prensa y
Propaganda), condujo a que en 1968 el Comité Regional PR se separara. Ini-
cialmente, siguió a Sotomayor, pero luego se lo expulsó de sus filas.
Como dirigente del Comité Regional José Carlos Mariátegui, Abimael
Guzmán presumiblemente había logrado influencia en la Universidad de
Huamanga, la Federación de Barrios y el Frente de Defensa del Pueblo de
Ayacucho. Sin embargo, su alianza con Paredes terminó cuando pretendió
disputarle el control de la CCP. Derrotado en una Convención Nacional Cam-
pesina, Guzmán inició un progresivo aislamiento, repliegue y endurecimiento
ideológico, que culminaría con «una nueva alternativa maoísta: Sendero Lu-
minoso» (Degregori, 1990b, p. 173).
7
En la formulación de esta línea, la violencia revolucionaria implicaba necesariamente
militarizar al partido y al pueblo. El órgano Bandera Roja en el número dedicado a eva-
luar la lucha interna contra Del Prado, Sotomayor y Patria Roja, tiene como epígrafes
atribuidos a Mariátegui: «La revolución es la gestación dolorosa, el parto sangriento del
presente», «No basta predicar la revolución, hay que organizarla», y «La organización
de los obreros y campesinos con carácter netamente clasista constituye el objeto de
58
I
nuestro esfuerzo y nuestra propaganda» (PCP, 1970).
el sutep o la revolución. la incursión maoísta en el sindicalismo magisterial (1964-1972)
No obstante, estamos dejando de lado varios hechos significativos. En 1968,
Velasco Alvarado instauró una dictadura militar, y con el discurso de forjar un
Gobierno revolucionario logró la colaboración de una izquierda que hasta en-
tonces propugnaba la lucha de clases y la liberación nacional. En ese proceso, el
Gobierno militar emitió el Decreto Supremo 006, que dictaminó la eliminación
de la gratuidad de la enseñanza a los alumnos desaprobados en una o varias
asignaturas de secundaria. La medida generó el rechazo nacional, que alcanzó
en Ayacucho un alto nivel organizativo, con enfrentamientos con la policía que
llegaron al clímax los días 21 y 22 de junio de 1969. Según Degregori (1990b),
Guzmán subestimó la magnitud y potencialidad de la protesta, priorizando su
lucha interna con Paredes. La represión fue precedida por la detención de 38
personas8, y el arribo de un destacamento policial (los denominados «sinchis»)
produjo oficialmente 14 muertos y 50 heridos en Huamanga y Huanta.
Esa es la memoria estatalizada o dominante del infausto episodio. Sin
embargo, sobre la base de investigaciones efectuadas con anterioridad en
Ayacucho (Vargas, 2009 y 2010), consideramos que coexisten al menos otras
dos memorias sobre lo ocurrido en junio de 1969. Una memoria subterránea
-parcialmente atribuida a SL, pero que es casi un sentido común- sostiene que
hubo un centenar de muertos. Una memoria denegada, propalada por algunos
dirigentes, denuncia que los campesinos fueron engañados para participar en
la protesta, haciéndoles creer que se les iba a quitar la tierra. Una variante
de esta memoria -enarbolada tempranamente por PR (PC del P, 1969)- afirma
que las clases dominantes buscan reprimir y adormecer con leyes a las masas
populares, en tanto otra variante se centra en los aspectos martirológicos de la
matanza. Lo cierto es que el 24 de junio, es decir, apenas 2 días después de las
matanzas, no solo se derogó el D. S. 006, sino que Velasco promulgó la espera-
da Ley de Reforma Agraria (Pease y Verme, 1974, p. 92-93).
En medio de este desencuentro entre Estado, partidos y organizaciones
populares, el sectarismo y la clandestinidad se aceleraron y acrecentaron
para los maoístas. Un documento, probablemente escrito por Guzmán, enfa-
tiza lo siguiente:
El Partido Comunista es clandestino o no es nada. La tarea de la recons-
titución es por ello, el problema de si reconocemos o no la necesidad de
contar con una organización rigurosamente clandestina y con relaciones
«estrictamente disciplinadas» [...] Todas las organizaciones del pueblo tie-
8
En la reseña histórica elaborada por la Federación de Barrios de Ayacucho (FBA, 2004,
p. 17) se precisa que fueron 35 detenidos en Ayacucho y 5 en Huanta. Resaltan en la
lista Máximo Cárdenas, Ignacio López, José Coronel, Antonio Sulca, Mario Cavalcanti,
Carlos Kawata, Antonio Díaz Martínez y Abimael Guzmán (los dos últimos eran entonces
docentes, burócratas de la Universidad de Huamanga y miembros prominentes de SL).
I 59
julio vargas
nen que vivir en función de la guerra popular. La violencia revolucionaria
es el único camino para la liberación nacional [...] No debemos equivocar
nuestro objetivo principal en el trabajo de masas: movilizarlas, organizar-
las, armarlas (PCP, 1970, p. 11, 14 y 16).
Es notable, por ello, la coincidencia ideológica entre el Informe Político
elaborado por Saturnino Paredes para la VI Conferencia Nacional (PCP, 1969)
y el Informe Político elaborado por PR para la VII Conferencia (PC del P, 1972)9.
En ambos bandos, hay diagnósticos y acuerdos que siguen la línea marxista-
leninista-maoísta de la V Conferencia (la guerra popular para conquistar el po-
der estatal), pero divergen en torno a quién lideraría el proceso, acusándose
mutuamente de desviacionismo y oportunismo, cuestionando así la capacidad
de las dirigencias rivales para ser vanguardia de un proceso revolucionario.
Dentro de la estrategia más gradual, definida en la VII Conferencia por
PR, el papel de la burguesía adquirió una relevancia que no tenía para Pare-
des. El último percibía como una debilidad del partido el no contar con cua-
dros proletarios o en proceso de proletarización; y como amenazas para la
burguesía militante la influencia del «tercerismo castrista», el «revisionismo
criollo» y el «trotskismo». Desde la perspectiva de PR, la apuesta era articular
una alianza obrero-campesina con apoyo de la burguesía (pequeña y media),
para constituir el sector más influyente para dirigir el proceso revolucionario.
Además, desde la perspectiva de una «revolución nacional, democrática y
popular» y utilizando «todas las formas de lucha, incluida la guerra popular
como forma principal» (PC del P, 1972, p. 95), el Informe Político de la VII
Conferencia -desde una caracterización de la sociedad peruana como semi-
feudal, neocolonial y en tránsito al capitalismo dependiente- planteaba que
la lucha para el período era predominantemente política, y no armada. Pese
a ello, aseveraba que la guerra sería la continuación natural de la política:
Queda claro que las luchas del proletariado, el campesinado, y la pequeña
burguesía son hoy por hoy esencialmente políticas no armadas, aún cuan-
do ésta, la lucha política, al desarrollarse desembocará inexorablemente
en la violencia organizada de las masas, en la guerra popular revoluciona-
ria. La lucha política de las masas impulsada por el Partido, en todas sus
formas, es ya -y no puede ser de otro modo- la preparación, la antesala de
la lucha armada (PC del P, 1972, p. 107-108).
En la concepción marxista-leninista-maoísta, la lucha interna era defini-
da como un «reflejo» de la lucha política. Sin embargo, en la práctica, esta
9
Para 1972, Saturnino Paredes había perdido presencia política en el Partido Comunista, y
60
I
fue encarcelado por el Gobierno militar en febrero, en su calidad de asesor legal de la CCP.
el sutep o la revolución. la incursión maoísta en el sindicalismo magisterial (1964-1972)
tenía una función estrictamente «correctiva», en la medida que legitimaba li-
derazgos en la representación no solo del partido, sino de la «correcta» inter-
pretación de la naturaleza de la sociedad, del régimen, de las clases sociales
y, en consecuencia, de la estrategia a seguir. En este sentido, PR culminó su
balance de la VII Conferencia de 1972 desacreditando el trabajo de Saturnino
Paredes -quien ya entonces había perdido el control de la CCP, que quedó
en manos de la agrupación maoísta Vanguardia Revolucionaria- y abogando
por una bolchevización del Partido. Ello lo hizo desde la perspectiva de una
reconstrucción, reunificación y rectificación partidaria; en cristiano, desde la
depuración de los caudillos rivales.
El énfasis de PR en el liderazgo de la burguesía implicaba distanciarse
de las organizaciones campesinas, y enfocar su línea de masas en las orga-
nizaciones urbanas, priorizando el fortalecimiento partidario y la crítica al
Gobierno militar. En adelante y hasta el final de la dictadura militar (1980),
esta presencia se mantuvo en los márgenes de la legalidad y la semiclandes-
tinidad, contando para su desarrollo con el trabajo juvenil universitario, parte
del sindicato minero y principalmente el sindicato magisterial.
Las disputas interpartidarias por la dirección y control del magisterio
En el intervalo de 1940 a 1970, el país presenció una proliferación de gremios
y asociaciones de maestros, de intensa actividad política, pero dispersos y
carentes de un órgano central representativo capaz de aglutinar y movilizar
a las diferentes agrupaciones magisteriales. Hasta 1940, las asociaciones ma-
gisteriales eran controladas por el APRA. En 1945, se creó un Frente Demo-
crático Magisterial liderado por Germán Caro Ríos, un docente de primaria
que propugnaba el sindicalismo clasista. Para contrarrestarlo, los apristas
crearon en 1946 una Asociación de Profesores de Secundaria. Con el trans-
curso de los años, se generaron asociaciones de acuerdo con los niveles de
enseñanza, hasta que en 1959 se constituyó la Federación Nacional de Edu-
cadores del Perú (Fenep).
Fenep efectivizó medidas de lucha reivindicativas, pero perdió fuerza por
las disputas entre apristas y comunistas. Constituida por la conjunción del
APRA y el Partido Comunista-Unidad, en alianza con sectores de los partidos
liberales Acción Popular y Democracia Cristiana, Fenep se resquebrajó inter-
namente en 1964. En 1966, se constituyó una Fenep-Reorganizada, liderada
por el aprista Cristóbal Bustos Chávez, para hacer un trabajo paralelo a la
Fenep comunista, presidida por Isaías Poma Rondinel, jefe del Movimiento
de Renovación Magisterial.
I 61
julio vargas
En medio de estas rivalidades, Fenep convocó a una huelga magisterial
en 1965, para que el Gobierno efectuase el aumento salarial correspondien-
te, de acuerdo con la Ley 1521510. El levantamiento de la huelga y el posterior
congelamiento de haberes incrementaron el descontento de las bases con las
dirigencias. El Gobierno de Belaúnde recortó el presupuesto al sector educa-
tivo, y el incremento salarial se revirtió con la Ley 16354 de 1966, que con-
geló los salarios de los trabajadores estatales y, por ende, de los docentes.
Ese mismo año, Germán Caro Ríos, ya militante de BR, constituyó el Frente
Clasista Magisterial (FCM) a partir del Frente Democrático Magisterial. Este,
reconvertido en Centro de Educadores del Perú, propiciaba la formación de
círculos de estudio marxista en las bases sindicales, divulgando «el pensa-
miento de Mariátegui» (Reynoso, Aguilar y Pérez, 1979, p. 44).
Ambas Fenep convocaron a la movilización contra el congelamiento de ha-
beres de 1967, pero fracasaron en dirigir el movimiento. Ante esta situación,
los dirigentes de las Fenep y un militante de Acción Popular unieron fuerzas y
presidieron un Comité Nacional de Lucha del Magisterio Nacional (CULMN).
El Comité se disolvió en 1968 y, a partir de ello, el Partido Comunista-Unidad
mantuvo un control precario de Fenep. En estas circunstancias, emergió un
nuevo organismo: el Comité Magisterial de Unificación y Lucha (Comul).
Formado el 31 de octubre de 1970, Comul surgió por iniciativa del FCM y
de los Sindicatos Regionales de Profesores de Educación Secundaria (conocidos
como los Sirpesco), lo cual destacó la magnitud del Sindicato Regional de Lima
(Sirpesco II), presidido por Arturo Sánchez Vicente11. Con bases en Canta, Aya-
cucho, Andahuaylas y Lima, FCM se declaraba en la línea de «la lucha de cla-
ses», y fomentaba que la unificación sindical se adhiriese a este principio. Cabe
destacar que, en enero de 1970, FCM acordó la conformación de un Comité de
Reconstitución, en el VI Congreso Nacional de Maestros Primarios realizado en
Lima y bautizado Mártires de Ayacucho y Huanta en clara alusión a 1969.
FCM definía la reconstitución «sobre la base del reconocimiento del ca-
rácter semifeudal y semicolonial de la sociedad, del legado de José Carlos
Mariátegui y de los principios universales del sindicalismo clasista» (Reynoso,
Aguilar y Pérez, 1979, p. 66). Sin embargo, FCM no fue el único en definir
su posición. Desde diferentes flancos, se desarrollaba un intenso proceso de
reorganización impulsado por profesores sin militancia partidaria, proceden-
10
Con ello, se alude a la Ley de Escalafón 15215, por la cual se incrementaría
gradualmente los salarios anuales en 100%, con estabilidad laboral y bonifica-
ciones salariales.
11
Hasta octubre de 1970, el país se dividía en 8 regiones educativas, con 8 sindicatos re-
gionales. En 1971, Lima Metropolitana y Callao se constituyeron como novena región. El
Sirpesco II, con 13 bases, aglutinaba a los maestros secundarios de Lima Metropolitana,
62
I
Lima Provincias, Callao e Ica (Quispe, 2001, p. 66).
el sutep o la revolución. la incursión maoísta en el sindicalismo magisterial (1964-1972)
tes de las facultades de Educación de varias universidades públicas (como
San Marcos, La Cantuta, San Antonio de Abad del Cusco y San Agustín de Are-
quipa), donde se iniciaban políticamente en los denominados FER (Frente Es-
tudiantil Revolucionario). Los egresados de estos centros se habían educado
ideológicamente en el materialismo dialéctico e histórico; y políticamente,
en la polémica y debate de las asambleas estudiantiles. Serían ellos quienes
lideraron el Comul (y serían conocidos luego como «comulistas»), y dejaron
en segundo lugar a los maoístas («clasistas»), tanto de BR (a través del FCM
de Caro Ríos) como de PR (cuyos principales cuadros transitaban entre Ica y
Arequipa), aunque estos últimos lograron controlar la Federación de Estu-
diantes del Perú, a través de Rolando Breña, estudiante de Derecho en San
Marcos. Vanguardia Revolucionaria y los grupos troskistas no lograron arrai-
gar en el Comul (Quispe, 2001, p. 62-64; Thorndike, 1997, p. 59-75).
Ajena a este torbellino, así como al trabajo sindical de Caro Ríos, BR per-
sistía en anunciar una inminente guerra campesina, que había que canalizar
como fuerza motriz de la lucha por el poder. Dentro de este marco, definieron
hasta el final la lucha armada como una continuación de la lucha campesina
por la tierra (Sinamos, 1975), y reiteraron que «la forma principal de lucha
sería la lucha armada y la forma principal de organización, la fuerza armada
popular» (PCP, 1965).
En el marco del cisma sino-soviético de 1963 como hito significativo en la
configuración de la izquierda y de la cultura política universitaria peruana (Var-
gas s.f.), el cisma comunista de 1964 no fue determinante para la formación de
las dos vías maoístas que colisionarían en 1980 con el despliegue militar de SL
y el éxito electoral de PR. En realidad, la guerra popular y el frente único revo-
lucionario se mantuvieron en el programa de las dirigencias de ambos bandos
rivales, conforme con lo dictaminado en la V Conferencia de 1965. Frente a
ello, el tipo de alianza entre obreros y campesinos para formar las condiciones
«materiales y subjetivas» de la revolución fue objeto de discrepancias, tema
que impulsó decididamente PR hacia el control de los sindicatos luego de la
derrota y aislamiento de las posiciones esgrimidas por BR. Fue más significativo
-y estimo que determinante para el destino de PR y SL- que la VII Conferencia
del Partido Comunista coincidiera con el Congreso que unificó a los gremios de
maestros en una nueva organización, el Sutep, en julio de 1972.
El Congreso de Unificación de 1972
El precedente inmediato de este evento fue la huelga de 1971. Ya en enero de
dicho año, Comul impulsaba la idea de trabajar por la constitución de Sindica-
I 63
tos Únicos (los SUTE), que expresasen la unidad de los intereses de los maes-
julio vargas
tros, en la mira de unificarlos en un Sindicato Nacional. Según las historiogra-
fías comulistas, la idea se originó en el Congreso del Sindicato de Profesores
de Secundaria (Sinpes), en el que Julio Pedro Armacanqui resultó elegido Se-
cretario General, y donde se decidió llevar a cabo una huelga magisterial. En el
ínterin, Comul participó en el Congreso del Sindicato de Profesores de Primaria
(Sinpep) en julio de 1971, y logró que se aprobara la formación de los SUTE y la
realización del Congreso de Unificación en Cusco, para julio de 1972.
Por presión de los dirigentes de Comul y de Sirpesco II, la dirigencia de
Fenep aprobó y convocó a la huelga indefinida, que empezó el 1 de septiem-
bre de 1971. Los docentes exigían que se reconociera la vigencia de la Ley
15215 de aumento salarial. En un clima de tensión y enfrentamientos ca-
llejeros, las negociaciones del Comité de Lucha con el entonces ministro de
Economía, Gral. Morales Bermúdez, no llegaron a ningún acuerdo. El 11 de
septiembre, los militares detuvieron al Secretario General de Fenep, Pedro
Armacanqui. El Secretario reemplazante levantó la huelga, pero los dirigentes
del Comul continuaron en pie de lucha. Como resultado, quinientos maestros
fueron despedidos, cerca de mil fueron trasladados a sitios remotos del país
y se suspendieron las licencias sindicales.
Posteriormente, se sabría que el 15 de septiembre fueron expatriados
Pedro Armacanqui y los principales dirigentes regionales de la huelga, Arturo
Sánchez Vicente, Arnaldo Paredes, Ulises Riva Ayarce y Hugo Lipa Quima; así
como el dirigente estudiantil Rolando Breña y el trotskista Hugo Blanco. Los
dirigentes comenzaron a ser repatriados en abril de 1972, y evaluaron posi-
tivamente la huelga, destacando la eficacia de los SUTE como instrumentos
de lucha. Así, empezaron los preparativos para el Congreso de Unificación.
Caro Ríos, fallecido en octubre de 1971, no participó en el proceso, pero sí su
agrupación, el FCM clasista, que empezó a rivalizar en minoría por el control
de la nueva central sindical, contra la mayoría comulista.
El Congreso, efectuado entre el 2 y 6 de julio de 1972, terminó favorecien-
do a PR12. Las alianzas políticas y regionales condicionaron este resultado. En
principio, se estableció una Junta Directiva, presidida por Jorge Gregicivic Pon-
ce de León, del Comul. Dicha Junta Directiva aprobó el Plan y Programa de Ac-
ción del Sindicato, así como los principios y estatutos de la organización. Estos
acuerdos le dieron al Sutep un carácter clasista y economicista, como expresión
de las tendencias marxistas-leninistas de las agrupaciones presentes en Cusco.
El evento congregó a más de 600 delegados de todo el país. Las historiogra-
fías sutepistas y clasistas estiman que asistieron 330 delegados plenos y 290 de-
legados en calidad de observadores. Acompañaban a los maestros delegaciones
fraternales de campesinos, obreros, padres de familia, estudiantes y profesores
12
El PR, que ya venía operando como agrupación maoísta, adquirió forma partidaria como
64
I
Partido Comunista del Perú también en julio de 1972, en su VII Conferencia Nacional.
el sutep o la revolución. la incursión maoísta en el sindicalismo magisterial (1964-1972)
universitarios (Reynoso, Aguilar y Pérez, 1979, p. 148). Ninguno de los maestros
llegaba a los treinta años, y la mayoría no cumplía veinticinco (Thorndike, 1997,
p. 100). Revisando el Acta Fundacional del Congreso, se observa un marcado pre-
dominio de asistentes varones (93%). La fuente registra además el predominio
numérico de la IX región, correspondiente a Lima y Callao (21%); y de la V región,
que abarcaba Cuzco y Andahuaylas (20%). En esta región, entre Cusco y Puno,
Comul tenía presencia en Sicuani y PR en Quillabamba y Calca.
Los resultados del Congreso sentaron las bases para la progresiva incor-
poración de militantes a PR, empezando por los dirigentes de Comul, que
no tenían una identidad partidaria definida. Otro factor que jugó a favor de
PR fue la inclusión de los principios maoístas en los fundamentos del nue-
vo sindicato. Las tendencias comulistas definieron los aspectos nominales y
electorales, en tanto que los clasistas definieron los principios de la organi-
zación, así como los aspectos programáticos, estatutarios y simbólicos. No
obstante, las bases clasistas no lograron imponer la propuesta Mártires de
Ayacucho y Huanta como denominación del Congreso. Este, finalmente, llevó
por nombre Mártires de Puno del 27 de junio. Héroes de la lucha popular del
Pueblo peruano, a pedido de la delegación de la VII región, donde las fuentes
respectivas aseguran que Comul y PR tenían influencia.
En el Congreso, se aprobaron cuatro comisiones para discutir la reali-
dad nacional e internacional, los aspectos sindicales, la organización sindical
y las reinvindicaciones. A las tendencias partidarias les interesaba definir la
caracterización de la sociedad y del régimen. BR, Vanguardia Revolucionaria
y PR discutieron sus respectivas tesis, aprobándose la caracterización de BR
del carácter semifeudal y semicolonial de la sociedad peruana. Las tres po-
siciones concordaban en que el trabajo principal era en el campo, siguiendo
la tesis maoísta del campo a la ciudad. Según Bladimiro Guevara, uno de los
dirigentes comulistas asistentes, los clasistas se impusieron ideológicamente
porque: «Fueron los que llevaron los planteamientos más coherentes y la
posición que tenía más capacidad oratoria, de conocimiento; entonces, ganó
al final esa orientación» (FCM, 1997, p. 6).
También, se estableció el Programa de Acción y el Plan de Lucha. En lí-
neas generales, se aprobaba como principio rector la lucha de clases, la cul-
minación del Sindicato Único a nivel nacional, y la aplicación de métodos y
formas de trabajo clasistas (SUTE VIII Sector, 1972). Otro acuerdo importante
del Congreso fue cambiar el nombre del sindicato, de Fenep a Sutep, en des-
linde con el Partido Comunista-Unidad, totalmente desacreditado tras levan-
tar la huelga de 1971. Aunque un objetivo inicial era cambiar la dirección de
Fenep, las fuentes resaltan que no hubo término medio: Fenep o Sutep. El
último vino a significar así Sindicato Único de Trabajadores en la Educación
del Perú (Sutep, 1984).
I 65
julio vargas
Se eligió entonces el Comité Ejecutivo Nacional con dos representantes
por región, con predominio de Comul en los cargos directivos. El Primer Se-
cretario General del Sutep fue Horacio Zevallos, un maestro egresado de la
Escuela Normal de La Salle, de familia aprista, que llegó al Congreso como se-
cretario general del Sindicato Provincial de Maestros Primarios de Arequipa, y
con la aureola de movilizar el paro regional y la creación de frentes de defensa
en el sur (Del Río, 2009, p. 39, 53). Hay consenso en las historiografías respecto
a que Zevallos ganó con apoyo del APRA y por representar una línea moderada
alternativa a la línea radical de Sánchez Vicente del Comul. Doce años después,
evaluando la elección, Sánchez Vicente estimó que los apristas tuvieron habili-
dad política para mantenerse como partido influyente en el Sutep:
Al principio se opone frontalmente a la constitución del sindicato único, pero
luego, cuando se acerca el Congreso, comienzan a integrarse y a participar
en las acciones. Sí, fueron muchos los apristas que participaron en ese Pri-
mer Congreso, pero arrastrados por lo que en ese momento era una marea
incontenible; entonces, luego de oponerse, tratan de ponerse a la cabeza de
los SUTE y por eso, por ejemplo, Huancayo lleva delegados apristas; Arequi-
pa lleva una delegación mayoritariamente aprista, y es así que por la Cuarta
región integra el Primer CEN el actual alcalde aprista de Tacna, Grover Pango.
Otro militante aprista, Said Trujillo, es también integrante del CEN represen-
tando a la III región. Y así, si vemos la relación, vamos a encontrar que el APRA
tenía representación dentro del Primer CEN. Yo diría que el APRA jugó con
oportunismo, o habilidad política, dentro del SUTEP, para estar presente en el
movimiento magisterial (Cuadernos Populares, 1984, p. 36).
Sin embargo, también, los clasistas aseguraron su presencia con la adop-
ción del lema Por una línea sindical clasista, y del emblema del Sutep -creado
por Caro Ríos en 1971 y utilizado por los SUTE-, «seguidores de la doctrina de
Mariátegui» (Reynoso, Aguilar y Pérez, 1979, p. 148). Dicho emblema consta
de tres circunferencias concéntricas, que culminan en una forma heráldica,
que los Sutep siguen usando en diferentes regiones.
El emblema condensa un peculiar simbolismo populista radical, que fu-
siona elementos incaístas y clasistas que glorifican al magisterio, cuya misión
apostolar se asocia históricamente al prestigio de la ciudad letrada y de la
cultura libresca13. Creemos que las vertientes cardinales del clasismo no se
distinguen únicamente por la denominación y el lema sindical, sino por los
13
El libro abierto es clave para el nacionalismo, por la sacralización que identifica a la Biblia
con la escritura (Hastings, 2000, p. 15, 25, 191; Da Silva, 2010, p. 101). Las doctrinas del
magisterio como apostolado podrían explicarse desde este enfoque, así como la sote-
66
I
riología implícita en discursos identitarios y usos gremial partidarios.
el sutep o la revolución. la incursión maoísta en el sindicalismo magisterial (1964-1972)
significados atribuidos a la iconografía sutepista, por lo que haremos una di-
gresión aclaratoria con las fotos de dos emblemas diferenciados.
Gráfico I. Escudo del Sindicato Unitario de
Gráfico II. Escudo del Sindicato Único de
Trabajadores en la Educación del Perú
Trabajadores en la Educación del Perú
Piura, diciembre 2012
Ayacucho, junio 2013
A modo de exégesis14: Al centro, en la circunferencia interior, un mapa monocolor del Perú
-rojo, con los bordes rotulados y una pequeña forma celeste que hace de lago Titicaca- apa-
rece flotando sobre una superficie dividida, cuya parte celeste representa al mar y la verde al
continente. Inscrito en la segunda circunferencia, el lema sindical clasista rodea y encierra al
mapa15. A la izquierda, una espiga de trigo y una mazorca de maíz representan a «campesinado
y maestros del campo»; a la derecha, una rueda industrial, «por la clase obrera y los maestros
de la ciudad». Encima de la circunferencia -y como coronando al mapa-, aparece superpues-
ta una fortaleza inca «del pasado milenario», que representa «la identidad y nacionalismo».
Debajo del conjunto pictórico, hay un libro abierto (por «el magisterio, su credo y principio
rector de su actividad»), que en cada mitad lleva escritas dos sentencias: las palabras estudiar
e investigar se conectan al ícono agrícola de la izquierda; mientras que organizar y luchar, al
ícono industrial de la derecha. Encima de la fortaleza, frente a un pequeño sol, una mano16
sostiene una antorcha de fuego rojo -del color del mapa y de una bandera bicolor arqueada,
ubicada sobre el llameante ícono-, anunciando «el nuevo día para el pueblo peruano como
consecuencia del proceso de transformación social».
14
Colocamos entre comillas la lectura de una publicación de Conare (SUTE Huamanga,
2004), al no hallar otras fuentes al respecto.
15
Reiteramos que el Sutep Unitario reivindica Por la unidad; y el Sutep Único, Por una línea.
16
En las representaciones del Sutep Único, la mano emerge de la fortaleza inca, mientras
I 67
en las del Sutep Unitario parece salir del interior del sol.
julio vargas
Según las fuentes opuestas a PR, los clasistas evaluaron su participación
en el Congreso, estimando erróneo preocuparse por ganar la hegemonía
ideológica antes que en alcanzar la dirección. No obstante, el balance era po-
sitivo, puesto que percibían un magisterio receptivo al discurso revoluciona-
rio: «Ya no cabe duda que el principio de la lucha de clases se va entronizando
en la mente y en el corazón de los maestros. Solo hace falta -dicen ellos- per-
sistir en la lucha de clases e investigar para llegar a la comprensión científica
de los fenómenos sociales» (Reynoso, Aguilar y Pérez, 1979, p. 149).
Otras fuentes consultadas también destacan que predominó la línea cla-
sista como fundamento ideológico en el Congreso Fundacional del Sutep, por
presión de las delegaciones del FCM y muy probablemente de SL (las historio-
grafías no lo identifican explícitamente). Además, destaca que lograron influir
en el Comul y a través de este en la definición de los estatutos del Sutep. Si
no hubo mayor debate ideológico -en la presuposición de que todos, con ex-
cepción del APRA, tuvieran idénticos horizontes revolucionarios-, se tornaba
necesario sentar la línea, es decir, la ideología y la estrategia que dirigiría la
relación gremial partidaria con el Estado.
Epílogo. El paralelismo como técnica de duplicación estatal
(1964-1984…)
A modo de recapitulación y apuntando a una interpretación, considero que lo
decisivo en el período analizado es que un numeroso contingente de jóvenes
de provincias ya percibía la docencia como una forma de movilidad social.
Ser maestro era prestigioso para una sociedad que identificaba la educación
con el ascenso individual y el progreso colectivo. En este marco, la incursión
maoísta que se cristalizó en 1972, en medio de rivalidades interpartidarias,
condujo a que la línea clasista se impusiera ideológicamente en el Sutep. No
obstante, fue PR la que cosechó lo que sembró BR, al lograr captar a las di-
rigencias no partidarias de Comul. Así, en los meses siguientes al Congreso
de Unificación, PR desplazó de la dirección sindical a las fuerzas reformistas
promoscovitas y apristas, con una intensa movilización que incrementó su
legitimidad social. Significativamente, Horacio Zevallos ingresó a PR a fines
de 1972 (Thorndike, 1997, p. 113).
Sin embargo, la institucionalización del maoísmo en el sindicalismo ma-
gisterial no fue automática ni lineal. Lo inmediato para la generación que
fundó el Sutep fue una inminente y cruenta persecución política, así como
el encarcelamiento y martirio de sus líderes, que desprestigiaría aún más la
68
I revolución de los militares. En este contexto, Velasco ratificó que el Sutep
el sutep o la revolución. la incursión maoísta en el sindicalismo magisterial (1964-1972)
no torcería los objetivos de la revolución. «Aquí la alternativa es clara, la re-
volución o el SUTEP», declaró en noviembre de 1973 (Pease y Verme, 1974,
p. 671). Por parte de SL, en una conferencia realizada en el SUTEH (SUTE
de Huamanga), el entonces docente universitario Abimael Guzmán señalaba
que en la historia patria había dos problemas irresueltos: el de la tierra y el
nacional. La solución para estos demandaba «una revolución democrático-
nacional, antifeudal y antiimperialista», opuesta al desarrollo del «Estado ca-
pitalista burocrático» impuesto en el país. Guzmán apelaba así a un Estado
«democrático», de nuevo tipo -¿una burocracia paralela?-, en la medida que
su intención era «combatir las tesis del carácter capitalista del país» que ofre-
cían las agrupaciones maoístas rivales (Guzmán, 1974).
Mientras tanto y aleccionada por el fracaso de Fenep, la dirigencia de PR
en el Sutep calculaba que solo con el enfrentamiento intransigente contra los
gobiernos dictatoriales mantendría y capitalizaría legitimidad social. Sin em-
bargo, esta relación confrontacional -que no era exclusiva de las posiciones
maoístas- atravesaba todo el campo de fuerzas que configuraba el discurso re-
volucionario de la década. Los gremios se disputaban márgenes de negociación
con los militares y, en paralelo a los paros nacionales de 1977 y 1978, un sector
mayoritario de la izquierda empezaba a disputar representación política. Entre
1979 y 1980, PR invertía sus esfuerzos en participar en alianzas electorales.
Esto fue asumido como una táctica, pues los grupos maoístas eludían las
elecciones, prefiriendo el paralelismo en sus disputas interpartidarias con el
Estado. Hasta entonces, al margen de su prédica campesinista, los maoístas
peruanos buscaron reclutar sus cuadros intelectuales en los universitarios
de provincias. Estos eran identificados por los dirigentes como la pequeña
burguesía que, atraída por el discurso revolucionario, apoyaría y/o dirigiría
su denominada guerra popular del campo a la ciudad, «siguiendo el camino
de China». Sin embargo, con el retorno al régimen democrático en 1980, los
destinos de PR y SL se bifurcaron a partir de la simbólica incineración de las
ánforas electorales en Chuschi, que inauguraba la denominada guerra po-
pular. En esta década, el éxito electoral y político de PR le condujo a redefi-
nir al Sutep como Unitario. Mientras, SL resacralizó aún más el clasismo del
magisterio, generando en su militarización una polarización que condujo a
la homogeneización estatal de la heterogeneidad organizacional gremial y
popular, con una estigmatización uniforme de docentes y universitarios del
sistema público como terroristas, o como sospechosos de serlo.
Con el recrudecimiento de la guerra, fue primordial para el Sutep de PR
afianzar su capacidad de negociación, Ello se resolvió a su favor a partir de
su reconocimiento legal en 1984, consolidando su dominio cuando la ad-
ministración de la Derrama Magisterial -significativamente creada en 1964-
I 69
julio vargas
fue transferida al Sutep (Sánchez, 1984). Este constituyó el evento decisivo
para su cristalización como burocracia paralela. Cabe resaltar que también
en 1984, cuando guerra y religión eran percibidas como indisociables en el
campo ayacuchano, se oficializó en el Valle del Río Apurímac los primeros
Comités de Autodefensa Civil (Del Pino, 1995), con un campesinado que para
sobrevivir terminó aliándose al ejército. La participación campesina arma-
da, autorizada o no por el Estado, condujo al fracaso del esfuerzo de SL por
duplicar la violencia estatal (Vargas, 2013), en tanto la autodivinización de
Abimael Guzmán como Presidente Gonzalo comenzó a resquebrajarse.
Creo, entonces, que la legitimidad social del Sutep de PR descansa ac-
tualmente -y esta es su debilidad y su fortaleza- en constituir una burocracia
estatal paralela, gracias a su eficiente manejo de la Derrama Magisterial. No
obstante, su duplicación como administración estatal se manifiesta de modo
confrontacional antes que negociado con la administración central del Es-
tado, en la medida que Economía y Finanzas posterga aspectos básicos de
las demandas gremial partidarias. Esto genera, además (a veces, sospecho-
samente), espacios de oportunidad para que las memorias denegadas del
Sutep (y no solo me refiero a SL) consigan movilizar el malestar en los do-
centes más excluidos por el Estado, a pesar del estigma de terroristas que si-
gue gravitando sobre el sindicalismo magisterial, ahora extendido a casi toda
protesta significativa. Esta situación se alimenta de las resistencias oficiales
en revisar la guerra reciente. Así, se incorpora parcial o solo normativamen-
te su discusión en la currícula escolarizada y se eluden o minimizan perver-
samente las responsabilidades del Estado tanto en la guerra como en sus
secuelas. Desde la necesidad de comprehender las raíces y los frutos de la
legitimación, institucionalización y glorificación de la violencia estatal, espero
que esta aproximación incentive a tender puentes entre memorias, políticas
educativas y justicia.
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